En 2007 escribí sobre los abrazos gratis que nos dimos entre miles de personas en la Plaza de Santa Cruz, la del centro de la ciudad.
Un abrazo es un pequeño gran esfuerzo, incluso para los niños. Yo me pregunto: En qué momento nuestra potente capacidad de dar cariño y recibirlo sin pedir ni esperar nada más que reciprocidad, se transforma en una débil expresión de indiferencia ante los demás? Algo huele mal en todo esto. Tanto quemeimportismo es algo que hemos aprendido. En otras palabras, hay pocas oportunidades para aprender a expresar cariño. Sea un abrazo, un apretón de manos, cantar juntos, darse un beso, mirarse y sonreír, pensar o trabajar juntos, hablar alrededor de una mesa, decirle a una persona cómo uno siente en este momento… Cuántos lugares y formas de expresar afecto tenemos a mano? En cuántos de esos lugares ejercemos nuestra capacidad de dar y recibir afecto?
Con tanto abrazo, lo que hicimos fue colocar semillitas, esperando que germinen. Semillitas que hagan ver como algo posible el generar espacios de mutua confianza, espacios de reciprocidad. Eso sí, no se engañen, dar y recibir afecto, expresar cariño, no son formas de ocultar intenciones o deseos en torno al sexo. El afecto, afecta a las personas, nos mueve en la dirección correcta: nos hace ser dignos de confianza, nos sintoniza a todos en lo que realmente nos importa sobre las personas, es decir nos lleva a construir vínculos con las personas y con nosotros mismos, y a su vez a construir un espacio físico visible donde las personas pueden hablarse sin simulacros, sin caretas, usando palabras que expresan cómo me siento hoy, qué es lo que quiero, qué me preocupa, y a dónde quiero ir. Por eso, los abrazos (y todas las expresiones de cariño) son gratis, porque son el símbolo de nuestra increíble capacidad humana de sorprendernos ante lo que podemos lograr cuando hacemos las cosas con amor.
Nuestro país sólo necesita eso, hacer las cosas con amor, porque cuando hacemos las cosas con amor, todo sale mejor.
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